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Expresión e Ilustración infantil

Un siglo que pudo ser de oro

Un siglo que pudo ser de oro

Por Victoria Fernández

El siglo XX amaneció muy prometedor para la ilustración de libros infantiles en España. El primer tercio (1900-1936), tiempo de vanguardias artísticas, fue uno de los periodos más estimulantes y vitalistas de la historia de la cultura española. Se alcanzaba la modernidad y, con ella, las artes gráficas, la industria editorial y la prensa periódica experimentaron un gran desarrollo que, a su vez, propició la difusión de la obra de un grupo excepcional de artistas plásticos de la época, entre los que se encuentran los precursores de la ilustración española de libros para niños.

Fue el momento, también, del nacimiento sociológico de la infancia. Los niños comenzaron a existir como tales, a tener su propio espacio en la sociedad, y la básica atención escolar se fue ampliando con propuestas de tipo cultural. Y así los niños empezaron a tener «sus» libros, «sus» tebeos, «su» teatro... Nació, pues, la literatura infantil española, que por definición tenía que ser ilustrada (según la autorizada opinión de la Alicia de Carroll: «¿de qué sirve un libro si no tiene dibujos?»), y lo hizo de la mano de grandes artistas. Los irrepetibles modernistas y los noucentistes catalanes que, como fue habitual en la época, alternaron de forma natural y sin prejuicios, pintura, grabado, cartelismo, publicidad y humor gráfico, con la ilustración de libros infantiles.

Barcelona, como gran centro de producción editorial, y Madrid, con la editorial Calleja, auténtica «factoría infantil», pusieron en circulación modélicos libros para niños, ilustrados por Apel·les Mestres, Salvador Bartolozzi, Xavier Nogués, Josep Llaverías, José Sánchez Tena, Rafael de Penagos, Joan Junceda y Lola Anglada, entre muchos otros. Artistas olvidados, apenas nombres de culto para unos pocos, que se reivindican hoy en esta exposición, y que, si los tiempos hubieran sido propicios, habrían dado lugar a una gran escuela de ilustración española y, posiblemente, a un «siglo de oro» de la ilustración de libros infantiles. Pero no pudo ser.

La guerra civil y los largos años de posguerra y dictadura posteriores (1936-1970), marcaron la vida cultural española con el exilio y el silencio. La escasez y la mediocridad fueron las notas predominantes, con alguna brillante excepción, como los exquisitos trabajos de Mercé Llimona (Barcelona, 1914-1997), destacada cultivadora de la tradición inglesa; las armoniosas imágenes de María Rius (1938); los ternuristas niños felices de Ferrándiz (1919), que dio color a muchas Navidades con sus famosos «christmas», y los trabajos de algunos espléndidos dibujantes de historietas (Blasco, Ambrós, Cifré, Vázquez, Ibáñez), un género que alcanzó gran popularidad en la época; tanta, que no es infrecuente referirse a ella como «aquellos tiempos del tebeo».

A finales de los años 60, en Cataluña comenzó a recuperarse abiertamente el libro infantil ilustrado, heredero de aquellos precursores. Y ya en los 70, de la mano de la madrileña editorial Altea y de dos jóvenes profesionales, creativos, renovadores y progresistas —el ilustrador (y desde hace unos años también escritor) Miguel Ángel Pacheco y el escritor y cineasta José Luis García Sánchez—, se dio el primer paso, el impulso decisivo que permitió alumbrar un nuevo concepto de libros para niños, moderno y a la altura de los tiempos, que hoy ya está plenamente instalado en el panorama internacional.

Principales protagonistas de ese momento fueron, junto a Pacheco, el grupo de ilustradores formado por Asun Balzola, Miguel Calatayud, José Manuel Boix, Viví Escrivá, Carme Solé, José Ramón Sánchez, Ulises Wensell, Montse Ginesta y Karin Schubert, cuyos trabajos tuvieron una excepcional acogida en el país y una inmediata repercusión internacional. Rupturistas, originales y buenos conocedores tanto de los clásicos como de las nuevas corrientes artísticas, ellos supieron incorporar la contemporaneidad al panorama español. Hoy, treinta años después y aún en plena actividad, siguen siendo los ilustradores de referencia de la literatura infantil española.

Este «Grupo de los 70», que lo es más por pura coincidencia temporal (y por el buen olfato de quien fue capaz de aglutinarlos en torno a proyectos innovadores), que por características comunes, rechaza la idea de «escuela española de ilustración». No se reconocen como miembros de esa supuesta escuela, ya que si algo les caracteriza, como independientes y autodidactos que son, es la diversidad de ideas, de estilos, de técnicas, de trayectoria profesional... Marcaron, sin embargo, las pautas del buen hacer y han sabido ganarse el respeto y la admiración de todos, tanto por su magnífica obra, siempre en evolución, como por su irreductible defensa de la libertad creativa. Y marcaron también el camino para los que han llegado después. Ellos, como grupo, tal vez no formaron una escuela, pero sí la han creado. Esta exposición, en la que se ha reunido a un centenar largo de ilustradores españoles del siglo XX, es una buena muestra de la huella espléndida de su magisterio.

La mayoría de los nuevos profesionales que, en las décadas de los 80 y los 90, se fueron incorporando al panorama de la ilustración, siguieron las pautas del Grupo. La estela de «balzolas», «calatayudes», «pachecos», «solés», «ginestas»... es fácil de apreciar en muchos de los trabajos que aquí se muestran, obra de jóvenes ilustradores que, inspirados en sus maestros, supieron recrear estilos personales. Junto a ellos, y en esos años de especial euforia editorial, a la que contribuyó el desarrollo de la edición en las Comunidades Autónomas, fueron apareciendo también personalidades singulares, como Ruano, Luis de Horna, Gabán, Alonso, Gusti, Ballester, Meléndez, Serrano, los gallegos López Domínguez y Enjamio, los vascos Mitxelena y Olariaga, que vinieron a añadir riqueza y variedad a un panorama realmente atractivo, en el que hoy ya caben todas las propuestas.

Los novísimos —Amargo, Max, Morales, Rubio, Tàssies, Villamuza, Villán— cierran el siglo con brillantez, con obras de impacto similar a las del Grupo de los 70, y con similar afán de innovación, aunque con la ventaja de saberse inscritos en una tradición (corta aún, pero tradición al fin) que les ampara. Pasado ya el tiempo de «inventar» el libro ilustrado español para niños, estos ilustradores pueden dedicarse a reinventar, en esos libros, el arte de su tiempo. Un arte de hoy, que no olvida el pop, el surrealismo, el cubismo, el expresionismo o el hiperrealismo, pero en el que resulta evidente la influencia del cine, la fotografía, el cómic, el diseño gráfico y la infografía, además del gusto por la experimentación y por el mestizaje de técnicas. La última generación de ilustradores españoles lo está haciendo con estimulante libertad creativa y con excelente oficio. Ellos cierran un siglo que no pudo ser de oro, pero abren otro que promete llegar a serlo.

* Directora de la revista Clij (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil)

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