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Expresión e Ilustración infantil

Técnicas

Las técnicas en la ilustración infantil

Las técnicas en la ilustración infantil

Por Antonio Ventura

Enumerar las técnicas que se pueden encontrar en la ilustración de libros para niños a lo largo del siglo XX es casi como hacer un recorrido por los materiales utilizados en el arte de la pintura durante este mismo periodo de tiempo, sobre todo si observamos los trabajos de los ilustradores a partir de los años setenta, periodo en el que encontramos continuas referencias estéticas análogas y, consecuentemente, técnicas similares o incluso idénticas en una y otra manifestaciones artísticas.

 Trataremos de definir, de manera escueta las principales técnicas, llamémoslas, puras, es decir, aquellas que utilizan un solo material o pigmento; o mixtas, en las que encontramos mezclados o yuxtapuestos diversos materiales; además de las recientes técnicas informáticas o digitales realizadas directamente en soportes electrónicos.

A las primeras, a las que hemos llamado puras, y que utilizan un solo componente, podríamos agruparlas en dos bloques: un primer bloque en donde se encuentran los materiales de aplicación directa, denominados también procedimientos secos, como son el lápiz, el grafito, las pinturas de madera, el carboncillo, la sanguina, el pastel, las barras de pastel-óleo, las ceras, el lápiz comté, el bolígrafo y los rotuladores. En el segundo de los bloques se encuentran las técnicas que utilizan un disolvente líquido más o menos fluido, orgánico o no, y que se aplican a través de un instrumento, ya sean pinceles, brochas, algodón, esponja, plumilla o spray... Las más conocidas son la acuarela, la tinta, el óleo, el acrílico y el gouache.

En las denominadas técnicas mixtas encontraríamos todos los materiales enumerados anteriormente, mezclados o yuxtapuestos, además del collage, las instalaciones y la fotografía.

En los últimos años, de la mano de los avances de la industria electrónica e informática, encontramos técnicas que suponen la desaparición de lo que se denominaba «arte final», es decir, no existe un trabajo definitivo de ilustración en soporte papel, sino que el artista realiza una parte del proceso en soporte electrónico, bien escaneando los dibujos y aplicándoles color con un ordenador, bien escaneando fotografías o texturas y mezclándolas en un programa informático que genera la ilustración final en soporte digital. Existen múltiples maneras de manipular imágenes mediante programas informáticos entre los que cabría nombrar el Freehand, el Photoshop y el Illustrator, además de la realización directa de dibujos con lápiz digital sobre una pantalla electrónica.

Con este nuevo panorama, es evidente que las clasificaciones tradicionales de las técnicas de ilustración quedarán, en breve tiempo, obsoletas.

Bien, una vez enumeradas cada una de las técnicas, y teniendo en cuenta que son tan variadas las propuestas plásticas que siempre cabe la posibilidad de encontrar una ilustración que escape a esta clasificación o a cualquiera otra, por exhaustiva que fuere, intentaremos ejemplificar cada una de ellas —remitiendo a la obra de algún artista que la muestre de manera evidente—, advirtiendo que no siempre podremos, a la vista de las reproducciones fotomecánicas de las imágenes, decir con certeza la técnica con la que aquella ilustración está hecha; es más, en muchos casos la mala reproducción puede inducir a confusión. Solo accediendo al original o arte final, en el supuesto de que este existiese, podríamos, con absoluta certidumbre, definir los materiales que la configuran. Una última consideración, únicamente enumeraremos aquí, dada la brevedad del espacio, las técnicas más frecuentes y en las que encontramos obra solvente y reconocida.

Comenzaremos por las técnicas mencionadas en primer lugar, es decir, aquellas que utilizan procedimientos secos, entre ellos, quizá, los más sencillos sean los lápices y las pinturas de colores. Existen muchos artistas que han realizado sus trabajos solo con lápiz negro, aunque la mayoría simultanee esta técnica con otras; cabría destacar aquí algunos libros ilustrados por José Ramón Sánchez, Francisco Solé o Jesús Gabán, por citar algunos de los mejores dibujantes que emplean este material. Con lápices de colores, es decir, las denominadas comúnmente «pinturas de madera», merece especial mención el trabajo de Alicia Cañas en Cuentos completos de Wilhelm Hauff (Anaya. Madrid, 1994).

Grafito, sanguina, carboncillo o lápiz comté son técnicas que han sido poco usadas en el ámbito de la ilustración de libros para niños y nos las encontramos con menor frecuencia según va avanzando el siglo; en cualquier caso, cabría destacar algunos trabajos de Ulises Wensell y José Ramón Sánchez, entre otros.

Las ceras y el pastel son dos procedimientos que aparecen frecuentemente mezclados con otras técnicas, pero que también se aplican como técnica única, por ejemplo, en el Pulgarcito que María Jesús Santos hizo para Cuentos de Grimm (Anaya. Madrid, 1998); o en La princesa y el pirata, de Teo Puebla sobre texto de Alfredo Gómez Cerdá (Fondo de Cultura Económica. México, 1991).

Las acuarelas, las tintas y el gouache son materiales que generalmente se emplean en trabajos de técnicas mixtas. Aunque predomine uno de ellos, en muchas ocasiones, el artista utiliza otro para resaltar algún aspecto o detalle de la ilustración, también suele hacerse con lápices de colores, pastel o ceras. Existen en la ilustración española algunos excelentes acuarelistas, entre ellos destacamos a Salvador Bartolozzi, Rafael de Penagos, Asun Balzola y Arcadio Lobato. Las acuarelas de Bartolozzi aparecen en muchos de sus trabajos como, por ejemplo, en los Cuentos de Andersen, (Calleja, 1935). También Rafael de Penagos fue un gran renovador de la ilustración a través de sus trabajos para la editorial Calleja; cabe citar entre ellos El hada y los juguetes, (1941). Asun Balzola tiene una extensa obra en la que queda muy patente su manera de trabajar: Las Munias, entre las que resaltamos Munia y la Luna, Premio Apel·les Mestres, 1981 (Destino. Barcelona, 1982), Por los aires, Premio Internacional de la Fundación Santa María de Ilustración, 1991 (SM. Madrid,1991) o Los pollitos y Bakarty James sobre texto de Bernardo Atxaga, publicado inicialmente en vasco en la editorial Erein y por el que fue galardonada la ilustradora con la Manzana de Oro de Bratislava en 1995. Balzola trabaja una acuarela casi transparente que recibe el nombre de aguada de una extraordinaria luminosidad y transparencia, produciendo unos efectos estéticos casi orientales. Arcadio Lobato es el más reciente de los cuatro, y su herencia en el trabajo con este material es claramente centroeuropea, muy en la línea de Stepan Zavrel o Josef Wilkon, maestros con los que compartió aprendizajes en la ilustración infantil. De todos sus numerosos libros destacaríamos El valle de la niebla sobre texto suyo (Cuentos de la Torre y la Estrella, número 27. SM. Madrid, 1987) y Cuaderno de una espera, de Lourdes Huanqui (Aura Comunicación. Barcelona, 1991). Estos dos libros representan dos extremos en la manera de trabajar este ilustrador la acuarela: en el primero, de forma esquemática y sencilla y, en el segundo, sucesivas trasparencias conforman una vidriera de tonos y luces.

La tinta china se utiliza como grafía que define la línea del dibujo aplicada con un soporte rígido, ya sea una plumilla o un palillo o como técnica de coloreado, aplicada con pincel y más o menos disuelta en agua. Se trata de un material más opaco que la acuarela, menos luminoso pero con una mayor intensidad de color. En tinta aplicada con pincel solo negro sobre blanco encontramos algunos excelentes ejemplos como es el caso de Jesús Sánchez Tena. Entre sus trabajos destacamos El perro y el gorrión. Cuentos Clásicos. Andersen (Inédito. Años 30) o Historia de Dorada, la princesa cierva. Cuentos Clásicos. Andersen (Años 30). Recientemente podemos destacar un excelente trabajo al que se le ha aplicado posteriormente color con ordenador, nos referimos al libro Las fotos de Sara (Destino. Barcelona, 2000) de Gabriela Rubio sobre texto de ella misma, Premio Apel·les Mestres 1999. En el caso de tinta aplicada con plumilla, destacamos El gato y el diablo, de Mabel Piérola sobre texto de James Joyce (Lumen. Barcelona, 1993).

El gouache cuando se utiliza muy disuelto se puede confundir con la acuarela, pero tiene también la capacidad de cubrir la superficie sobre la que se aplica creando unas texturas opacas, como se puede observar en el trabajo de Pep Montserrat Amores y desamores de Oberón y Titania (La Galera, Barcelona 1995).

El acrílico es un procedimiento relativamente reciente que muchos ilustradores han incorporado a sus técnicas de trabajo. Cabría destacar el libro ¿Qué hace un cocodrilo por la noche?, de Emilio Urberuaga sobre texto de Kethrin Kiss (Kókinos. Madrid, 1998).

Y por último, dentro de las técnicas fluidas, el óleo, poco frecuente en la ilustración de libros para niños. Es muy notable el trabajo de Judit Morales y Adrià Gódia con esta técnica en No eres más que una pequeña hormiga, Premio Lazarillo de Ilustración 1998 (SM. Madrid, 2000) o El cascanueces y el Rey de los ratones para el libro Cuentos de Hoffmann (Anaya. Madrid, 2000).

Como técnica, el collage tiene una entidad propia aunque, a veces, aparezca mezclada con algunas de las anteriormente enumeradas. Este procedimiento se observa con nitidez, sobre todo, en los libros No quiero un dragón en mi clase, de Violeta Monreal (Anaya. Madrid, 2001), No sé, de Mabel Piérola, Premio Internacional de Ilustración Fundación Santa María 1998 (S.M. Madrid), Mermelada de fresa, de Fino Lorenzo, sobre texto de Daniel Nesquens, Premio Ciudad de Alicante de Álbum Ilustrado 2001 (Anaya. Madrid, 2001) o en el cuento La niña de los gansos perteneciente al libro Cuentos de Grimm (Anaya. Madrid, 1998), ilustrado por Silvia Blanco.

La fotografía tiene en España, dentro de este ámbito, un excelente representante: Pere Formiguera; destacamos entre sus trabajos Se llama cuerpo (Barcanova. Barcelona, 1996). También debemos reseñar el único material publicado hasta el momento por Sandra Barrilaro, Bajo las estrellas, sobre texto suyo (Kókinos. Madrid, 2000), y el Premio Lazarillo de Ilustración (2000), aún inédito de Jack Mikala, el cual fotografía maquetas que previamente realiza con cartulinas recortadas y coloreadas.

Como decíamos al principio, entre las denominadas técnicas mixtas encontraríamos todas las enumeradas hasta el momento más las que se realizan con tratamientos electrónicos y digitales mezcladas de múltiples maneras.

Para finalizar, entre los ilustradores que realizan una parte del proceso de trabajo con ordenador, merece especial mención el trabajo de Pablo Amargo y entre sus libros, Cuentos de Osos, todavía inédito en nuestro país; y, de Noemí Villamuza, Laura y el ratón, con texto de Vicente Muñoz Puelles (Anaya. Madrid, 2000).

Más allá de esta clasificación, limitada sin duda, cabría decir que, quizá, lo menos importante del trabajo de ilustración en los libros es la técnica o el procedimiento con el que se han realizado y sí, en cambio, la interrelación entre este componente y el texto, así como la adecuación de ambos al soporte y sus dimensiones.

Antonio Ventura